24 de abril de 2011

LA REVELACIÓN

Haciendo un esforzado ejercicio de autocrítica ante el espejo, descubrí aterrorizada el problema: Me había hecho mayor. La cuestión ya no era solamente unos cuantos kilos de más en formato primaveral como habitualmente; era mucho peor. Aquel conjunto ajustado de color rosa, comprado solo dos años antes, quedaba completamente fuera de lugar, casi ridículo, sobre mi cuerpo. Me sentí disfrazada.
Hacerse mayor, ser una mujer madura y no joven, sucede como tantas cosas en la vida: PRIMERO GRADUALMENTE, Y LUEGO DE REPENTE. Y además ocurre de modo sibilino: Eres joven, todavía pareces joven, ya no pareces tan joven y... ¡ZAS!, eres una Mujer Madura, paso previo a convertirte en una vetusta cacatúa si no pones remedio con urgencia.


Aquel momentazo significó un punto de inflexión en mi vida adulta: fue en aquel preciso instante de aquella dichosa primavera, yo en mis cuarenta y pocos, mirándome aturdida en el espejo de cuerpo entero con aquel, tan estrecho como tragicómico conjuntito de algodón…

... Sintiéndome fatal de pronto, cuando tuve LA REVELACIÓN.

17 de abril de 2011

LA MALDITA PRIMAVERA Y LOS MALDITOS KILOS

Sucedió una primavera de hace algunos años. Con la llegada del buen tiempo muchas mujeres responsables pasamos revista a nuestro estado físico, de cara a ponernos ropa ligera, y… ¡SOCORRO! : El - Traje - de - Baño. En ese crucial momento de nuestras vidas, al empezar a probarnos la ropa de temporada, aparecen como por ensalmo esos kilos que nos hemos ido poniendo,  con desidia y gramo a gramo, en esos meses de frío.
Y es que en invierno a penas miramos nuestro cuerpo en el espejo; simple cuestión de comodidad. Mantener el peso ideal supone, generalmente, un gran esfuerzo; yo diría que un auténtico coñazo. Así que, ignorando las evidentes señales de alarma, cubiertos por capas y capas de ropa... Salimos a la calle camuflando el sobrepeso que vamos poniéndonos día tras día .

Con los primeros calores empezamos a quitarnos ropa, a destapar esas partes del cuerpo que permanecieron ocultas a todas las miradas (incluída la nuestra) durante meses, casi como si no estuvieran allí. Pero mira tú por donde que sí estaban, y no solo eso sino que, al reaparecer, las encontramos como cambiadas: Como si hubieran crecido pero, ejem, a lo ancho, o, mejor dicho, a lo gordo.

Llega la hora de la verdad. De arrepentirse otra vez de no haber empezado el gimnasio en enero, como tradicionalmente nos propusimos; de calcular mentalmente y horrorizadas, si nos dará tiempo de quitarnos esos rollitos en cintura y espalda, esa tripilla incipiente, afinar esos brazos que, ¡Dios Mío!, parecen de estibador portuario jubilado.

Increíble… Agazapados como estaban bajo capas y capas de ropa, esos odiosos kilos sobrantes emergen de pronto en toda su crudeza (carne cruda, que, ni más ni menos, es lo que son)... En definitiva, haces cábalas, y agobiada,decides que será duro recuperar aquella figura que recuerdas vagamente haber tenido solo unos meses atrás. Y eso, antes de que el calor te obligue destaparte irremediablemente.


... Hasta aquí todo normal, y en esas estaba yo aquel mes de mayo de hace un tiempo: Pensando en cuántos de aquellos traidores kilos tendría que adelgazar para colocarme mis tops de lycra, mis faldas cortas y mis bikinis, cuando, con toda la ropa de verano amontonada sobre la cama, probándome un encantador conjuntito de algodón rosa, sentí un flash que me dejó KO…

... Me dí cuenta de que algo, no solo mi (sobre)peso, iba mal.